María Isabel Colla es Asistente de Rectorado de la Fundación Barceló. Es Lic, Prof. en Turismo y, además, Timonel de yate a vela y motor.
Hoy, Isabel nos relata su anécdota sobre su expedición:
Los primeros días de enero, junto a mi esposo, nos embarcamos como tripulantes en la embarcación de un Capitán amigo, quien nos invitó a ser parte de esta aventura a bordo de su velero Seminare, de unos 32 pies de eslora (unos 10 metros de largo). Viajamos junto a él y dos de sus hijos.
Ya habíamos realizado otros viajes como tripulantes de la misma embarcación, pero siempre en trayectos más cortos, siendo una travesía a Montevideo la única en la que navegamos por más de 24 horas sin entrar a un puerto. Esta travesía fue planeada por cuatro capitanes, todos excelentes navegantes y personas, quienes dedicaron al menos un año a preparar tanto las embarcaciones como cada detalle del viaje.
Tuvieron que sacar los barcos a tierra para revisarlos por completo y, entre otras cosas, pintar la obra viva (parte sumergida del barco) con antifouling para evitar que algas y organismos marinos se adhieran al casco. Estudiaron todo el derrotero (ruta) hacia Brasil, los puertos en el camino, la meteorología, todo lo concerniente a seguridad, comunicaciones, primeros auxilios, vestimenta, documentación, provisiones, combustible, etc.
Los tripulantes estuvimos antes de la salida, durante los fines de semana previos, navegando y aprendiendo del Capitán todo lo relativo a la navegación en la embarcación, conociendo más en detalle el funcionamiento del instrumental a bordo. En función de las comidas planificadas que haríamos a bordo, nos dividimos las compras a realizar. Tuvimos charlas sobre protocolos de seguridad e incluso el Capitán nos asignó un rol específico a cada tripulante en caso de emergencia y desembarco.
Viajamos con todos los elementos de seguridad necesarios: salvavidas, ropa de agua para la lluvia, arneses y líneas de vida (para ir asegurados al barco y evitar una caída al agua), balsa salvavidas (para el caso de tener que abandonar la embarcación), bolso de desembarco (donde se llevan provisiones en un bolso impermeable en caso de abandono de la nave), botiquín de primeros auxilios, sistemas de comunicación satelital como el sistema AIS (Automatic Identification System) que permite ver y ser vistos por otras embarcaciones, pudiendo acceder a datos como el rumbo, la velocidad y la posición.
Esto es fundamental porque en el mar navegan buques de todos los tamaños: cargueros, cruceros, pesqueros, y gran parte de la navegación se hace durante la noche, donde es más necesario el uso del instrumental para detectarlos. De los cuatro barcos que fuimos en conserva (así se denomina a un grupo de embarcaciones que viajan juntas), estuvimos principalmente navegando con muy poca distancia del velero Flamenco 2, a veces a la vista, a veces no, pero siempre en constante comunicación.
A los dos días de navegación, arribamos al puerto de Piriápolis (Uruguay), donde estuvimos dos noches y luego volvimos a zarpar con destino a Florianópolis. Esta travesía duró seis días y seis noches, entrando únicamente por tres horas en el Puerto de la Paloma para hacer unos arreglos necesarios.
La experiencia de estar en el medio del mar, navegando sin parar de día y de noche, viviendo en nuestro micro mundo, es una sensación surrealista. Nos olvidamos del mundo que conocemos, de nuestra rutina. Ahora nuestra vida es el barco, nosotros, el mar, el cielo, algún pájaro, algún lobito de mar, alguna tortuga, delfín, ballena, tiburón, medusa, que cruzamos en nuestro camino.
Las noches son un capítulo aparte. Se puede apreciar la forma abovedada del cielo; las estrellas llegan hasta el mar, es como navegar en el espacio. Los amaneceres y atardeceres son explosiones de colores únicos e irrepetibles, envolventes, asombrosos.
El movimiento constante de la embarcación nos obliga a prever cada sacudida y saber cuándo y cómo sujetarnos. Las cosas más simples como dormir, leer, ir al baño, cambiarse, cocinar, se transforman en grandes desafíos de la gravedad, convirtiéndonos en verdaderos trapecistas y contorsionistas.
Las comidas se hacen a veces rápidas y muy sencillas para evitar indigestión en caso de mucha marejada. El cocinero se dedica a su tarea siempre sujetado por cintas colocadas estratégicamente para evitar golpes o caídas mientras trabaja en el menú que alimentará a la tripulación. Todos los elementos deben ser muy bien estibados (guardados) para evitar que durante el movimiento del barco se transformen en proyectiles. Las verduras y frutas se cuelgan y se hamacan de un lado a otro en sus bolsas colgantes. Dormimos bien asegurados en nuestras cuchetas, que se parecen más a hamacas colgantes.
Las horas de sueño son realmente escasas. Se hacen guardias de a dos o tres tripulantes, y así transcurren los días entre guardias día y noche, más las horas de descanso, la higiene y la alimentación. También pasamos el tiempo leyendo, escuchando música, conversando y, especialmente, deleitándonos con tanta belleza, sumergiéndonos en un flotar sobre el mar y sobre nuestros pensamientos.
Una experiencia exquisita, desafiante, provocadora, enriquecedora e inolvidable. Agradezco a Dios, a la vida, a nuestro Capitán Daniel, al Seminare y al universo esta vivencia.